Hoy en día, los cuentos de brujas y las historias que tienen a hechiceras y magos por protagonistas parecen quedar solo para la sección de fantasía en las estanterías de las bibliotecas y las librerías. Sin embargo, hubo un tiempo, no hace tanto, en el que todo el mundo creía que las brujas eran totalmente reales. Concubinas del diablo, mujeres que habían hecho un pacto con el Maligno para obtener poderes satánicos a cambio de sus cuerpos y sus almas. Por eso eran capaces de echar a perder toda una cosecha, de alejar las lluvias o atraerlas, de matar al ganado de una manera extraña, e incluso de maldecir a los vecinos para que contrajesen enfermedades incurables y desconocidas.
Durante siglos se llevó a cabo una persecución absolutamente demencial contra miles de mujeres acusadas de ser brujas. También había hombres, por supuesto, pero su número era mucho menor. Las brujas estaban por todas partes y por supuesto, era misión de los clérigos el encontrarlas y llevarlas ante la Justicia, que en este caso era Dios, básicamente. Entre los siglos XV y XVIII, miles de personas murieron en todo el mundo bajo el yugo de la Santa Inquisición Católica y de los juicios por brujería protestantes, que eran incluso más violentos y demenciales. En Europa hubo casos muy sonados, como las endemoniadas de Loudon o las Brujas de Zugarramurdi, ya en nuestro país. Sin embargo, uno de los casos que más ha dado que hablar es el de los juicios de Salem, en Nueva Inglaterra.